Estoy acorralada, lo presiento, lo sé. Acorralada por mis propias alucinaciones, por mis propios pensamientos, por mi continua pesadilla. Mi encierro entre estas cuatro paredes agudizan más mi dolor.
Me siento cansada e indefensa. Harta de luchar contra mi cuerpo y mi espíritu; no me atrevo a cerrar los ojos...; mi corazón late con fuerza y mis sienes golpean con más rapidez. Porque siempre aparece la misma escena: formando un círculo casi perfecto alrededor del viejo, están sentados los niños, todos rubios, todos con ojos azules, todos con las mejillas sonrosadas, como si todos estuvieran fabricados en serie pero no en serio.
Escuchan atentamente, boquiabiertos y sin pestañear lo que el viejo de pelo blanco con la pipa unas veces en los labios, otras no, les cuenta: esas historias maravillosas que sólo él sabe contar.
Luego un grito producido por muchas gargantas al unísono, sangre y sollozos formando una pareja perfectamente enamorada.
Esa imagen es el único recuerdo de mi infancia que me queda. Yo oí las mismas historias que ahora escuchan esos niños con gran atención y al recordarlas producen en mí el sentimiento de vivir en un pasado que no deseo que vuelva. Fue tan... Esos recuerdos se apoderan de mí, entremezclados, confundidos.
Ahora encerrada en estas cuatro paredes he encontrado mi libertad en la sombra de la locura que me rodea. En la libertad de los niños todos rubios, todos con ojos azules, todos con mejillas sonrosadas, como si todos hubiesen sido fabricados en serie pero no en serio. En la libertad del viejo que cuenta maravillosas historias que sólo él sabe contar, unas veces con la pipa en los labios, otras no.
Porque quise escribir una maravillosa historia -como las del viejo- con la sangre de mi libertad... Y LO CONSEGUÍ.
17.10.05
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