5.9.18

Las Meninas

En una visita al Museo del Prado, como siempre, fui a ver el cuadro de Las Meninas. Cuando llego a la sala, allí está: majestuoso, imponente. Me sitúo frente al cuadro y lo miro fijamente. Parece que sus personajes..., ¡hablan! Escucho con atención.

La infanta mira a sus padres y se queja. No aguanta más, lleva varias horas en la misma posición y el corsé le aprieta mucho. La palidez de su cara es por la falta de oxígeno. Los reyes, reflejados en el espejo del fondo, le dicen a su hija que aguante, que piense en la posteridad. A la infanta le trae al pairo la posteridad. Ella se ahoga y dentro de poco, si no suelta el corsé, se desmayará.

Al fondo, un caballero no sabe si entrar en la estancia o salir de ella. Entrar o salir, he aquí el dilema. Como un personaje shakesperiano, duda y duda. En el fondo no sabe qué hace en ese sitio y al final, como no quiere molestar, decide..., ¡pues no!, ¡no decide!

Velázquez sólo piensa en acabar. Le duelen los brazos de tantos años levantando el pincel y aguantando la paleta de colores. Tiene las cervicales hechas polvo, y las lumbares, ni te cuento. Las piernas no las siente de pasar tantas horas de pie, y los ojos le pican una enormidad por los efluvios pictóricos que emanan de su paleta. Si no fuera por el prestigio (y el dinero) no aguantaría a ese par de reyes que se creen el ombligo del mundo.

Entonces se da cuenta de que delante del cuadro, unos individuos con ojos rasgados, pantalón corto, sandalias y calcetines, le observan fijamente.  De repente, esos individuos de ojos rasgados cambian su cara por otra de un solo ojo que en un instante brilla y le ciega justo en el momento en que iba a pintar la nariz  de la infanta. Un rayajo apareció en su lugar al mismo tiempo que se oyó ¡JODER1 ¿Y ahora qué? El perro levantó la cabeza y las orejas: ¡guau! y los individuos de ojos rasgados soltaron al unísono ¡oh! porque en medio de la cara apareció una raya larga y torcida poco favorecedora.

Los reyes gritaron: ¡hombre, Velázquez, que te has pasado tres pueblos! Las meninas se pusieron a reír a carcajadas, la enana Mari Bárbola se quedó con la boca abierta y Nicolasillo se puso a aplaudir. El señor del fondo, al final, entró movido por la curiosidad y cuando vio lo que había pasado se llevó las manos a la cara y se puso a llorar del disgusto y, por fin, Velázquez soltó pincel y paleta y exclamó: ¡Así no se puede trabajar! ¡Qué venga mi representante sindical! Y se sentó en el suelo con cara de pocos amigos.

1 comentario:

  1. Pep Salvá2/7/23

    ¡Qué divertido Brujita! ¡Qué situación más desternillante! Un beso de un alumno de hace mucho tiempo.

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