Mientras las luces alumbran la ciudad, la gente pasea tranquila por sus calles ajena a las “tragedias” individuales que viven otras personas en la misma población.
Suena una suave música de fondo que adormece los sentidos cada vez que se abren las puertas de un viejo bar de barrio. Acompaña a esa música un murmullo de voces broncas y cascadas por el alcohol y el tabaco. Voces que se asemejan a sus deseos por sobrevivir en un lugar ajeno a su nacimiento.
En el autobús todas las caras son una sola. La tristeza, el cansancio son evidentes en los ojos enrojecidos y ojerosos de esa persona que ha trabajado duramente todo el día para ganar un miserable sueldo con el que mantener a su familia. Porque él es un vago que no merece su esfuerzo. Si no fuera por el crío.
Al conductor del taxi le quedan apenas dos horas para terminar su turno. Compró a medias el vehículo con un amigo que comparte las tareas de conducción. Se reparten las ganancias al cincuenta por ciento. “¿Por qué será que hago más carreras?” suele pensar el conductor. También piensa que sale perdiendo él.
“Adivinamos su futuro. Garantía total. Discreción”. En los anuncios clasificados todos los días aparece éste acompañado de un número de teléfono que se pasa todo el día comunicando. La gente pretende saber si podrá salir del agujero. Mientras tanto las “brujas” hacen su agosto sin tener la más mínima idea de una “ciencia” de la que ofrecen garantía total. ¿De qué?
Nada nuevo hay en el buzón de casa. Todo son facturas y propaganda de grandes centros comerciales con ofertas de productos de consumo. Unos son de primera necesidad: vino, ropa, bicicletas; otros no son tan necesarios: pan, leche, azúcar...
Los institutos nocturnos han abierto sus aulas frías y poco iluminadas. El profesor entra y empieza a dar la clase. Aburridos, los alumnos escuchan, o no, la monótona voz de un ser anodino que año tras año repite la misma “canción”.
No. La ciudad no cambia, aunque así nos lo vendan los políticos y demás animales del Parlamento. No puede cambiar porque sus habitantes ya no tienen ilusión por salir adelante. Se sienten engañados y por eso engañan a los demás. Renace la picardía y los pícaros con ella. Sólo queda esperar. Esperar la redención de un “Mesías” que les saque del aburrimiento. Pero... ¿cuándo?.