Siempre está el temor a las páginas en blanco. Y llevaba muchos días delante de su cuaderno sin saber qué poner, sin escribir ni una sola letra.
El miedo había vuelto.
Un miedo enfermizo al fracaso que se apoderaba de él cada vez que debía empezar un nuevo relato.
Cuando empezó a escribir, hace ya... tanto tiempo, nunca se le pasó por la cabeza que llegaría a ser tan famoso. Su primer cuento fue un éxito rotundo y la vida empezó a sonreirle; el segundo fue mejor y ya no tuvo dudas. Seguiría escribiendo toda su vida.
Le animó a hacerlo su profesor de literatura del bachillerato. "Eres brillante"- le dijo. "Nunca he tenido un alumno como tú, que supiera expresarse por escrito como lo haces tú". Eso fue para él lo mejor que le había pasado en la vida.
Su triste pasado -era huérfano- de casa en casa, de rebeldía en rebeldía, se borró completamente hasta el punto de que tuvo que reinventarlo de nuevo.
Desde su primer cuento la gente le quiso, todos le admiraban. Sus antiguos compañeros, los que antes se alejaban de él, ahora eran "íntimos".
Pero un día apareció ella. Hermosa como ninguna, dulce, cariñosa y angelical. Desde ese momento todo cambió.
La literatura pasó a segundo plano. No era importante comparándola con sus ojos. La amó y la adoró como a una diosa.
Y entonces llegó el primer fracaso.
Pasaba tanto tiempo pendiente de adorarla que su tercer cuento no valía ni las hojas en que lo había escrito. "Bueno"-pensó-, "el siguiente será un éxito".
Ahora su tiempo estaba ocupado por ella. Tan fuerte era su sentimiento, que dejo los cuentos y escribió poemas.
Y el fracaso fue rotundo.
Sus amigos le abandonaron, nadie quería saber nada de un fracasado. Se arruinó. Pero lo peor fue cuando ella le dejó. Ya no era nada para ella. Él ya no brillaba, no era famoso, no le atraía. Su dulzura se convirtió en ira; el cariño en odio; el ángel, en demonio; su vida en un infierno. Se quedó solo.
Su fracaso le llevó al borde de la muerte. Pensó que el suicidio era la mejor solución.
Sin embargo, dentro de su cabeza rondaba una historia. Soñaba con ella día y noche. No podía dejar de pensar en ella. Era su historia. Y por eso decidió escribirla.
Preparó todo de nuevo: su mesa, su silla, su cuaderno de notas, su pluma descargada de tinta, el ordenador que ya se había quedado antiguo pero aún funcionaba. Se preparó como siempre lo había hecho: se sentó, cogió su cuaderno y la pluma que ya había cargado y se dispuso a escribir.
Pero siempre está el temor a las páginas en blanco y pasó muchos días delante de su cuaderno sin poder empezar, sin escribir ni una sola letra. Y tuvo miedo. Mucho miedo.
8.7.07
4.7.07
Una ciudad
Mientras las luces alumbran la ciudad, la gente pasea tranquila por sus calles ajena a las “tragedias” individuales que viven otras personas en la misma población.
Suena una suave música de fondo que adormece los sentidos cada vez que se abren las puertas de un viejo bar de barrio. Acompaña a esa música un murmullo de voces broncas y cascadas por el alcohol y el tabaco. Voces que se asemejan a sus deseos por sobrevivir en un lugar ajeno a su nacimiento.
En el autobús todas las caras son una sola. La tristeza, el cansancio son evidentes en los ojos enrojecidos y ojerosos de esa persona que ha trabajado duramente todo el día para ganar un miserable sueldo con el que mantener a su familia. Porque él es un vago que no merece su esfuerzo. Si no fuera por el crío.
Al conductor del taxi le quedan apenas dos horas para terminar su turno. Compró a medias el vehículo con un amigo que comparte las tareas de conducción. Se reparten las ganancias al cincuenta por ciento. “¿Por qué será que hago más carreras?” suele pensar el conductor. También piensa que sale perdiendo él.
“Adivinamos su futuro. Garantía total. Discreción”. En los anuncios clasificados todos los días aparece éste acompañado de un número de teléfono que se pasa todo el día comunicando. La gente pretende saber si podrá salir del agujero. Mientras tanto las “brujas” hacen su agosto sin tener la más mínima idea de una “ciencia” de la que ofrecen garantía total. ¿De qué?
Nada nuevo hay en el buzón de casa. Todo son facturas y propaganda de grandes centros comerciales con ofertas de productos de consumo. Unos son de primera necesidad: vino, ropa, bicicletas; otros no son tan necesarios: pan, leche, azúcar...
Los institutos nocturnos han abierto sus aulas frías y poco iluminadas. El profesor entra y empieza a dar la clase. Aburridos, los alumnos escuchan, o no, la monótona voz de un ser anodino que año tras año repite la misma “canción”.
No. La ciudad no cambia, aunque así nos lo vendan los políticos y demás animales del Parlamento. No puede cambiar porque sus habitantes ya no tienen ilusión por salir adelante. Se sienten engañados y por eso engañan a los demás. Renace la picardía y los pícaros con ella. Sólo queda esperar. Esperar la redención de un “Mesías” que les saque del aburrimiento. Pero... ¿cuándo?.
Suena una suave música de fondo que adormece los sentidos cada vez que se abren las puertas de un viejo bar de barrio. Acompaña a esa música un murmullo de voces broncas y cascadas por el alcohol y el tabaco. Voces que se asemejan a sus deseos por sobrevivir en un lugar ajeno a su nacimiento.
En el autobús todas las caras son una sola. La tristeza, el cansancio son evidentes en los ojos enrojecidos y ojerosos de esa persona que ha trabajado duramente todo el día para ganar un miserable sueldo con el que mantener a su familia. Porque él es un vago que no merece su esfuerzo. Si no fuera por el crío.
Al conductor del taxi le quedan apenas dos horas para terminar su turno. Compró a medias el vehículo con un amigo que comparte las tareas de conducción. Se reparten las ganancias al cincuenta por ciento. “¿Por qué será que hago más carreras?” suele pensar el conductor. También piensa que sale perdiendo él.
“Adivinamos su futuro. Garantía total. Discreción”. En los anuncios clasificados todos los días aparece éste acompañado de un número de teléfono que se pasa todo el día comunicando. La gente pretende saber si podrá salir del agujero. Mientras tanto las “brujas” hacen su agosto sin tener la más mínima idea de una “ciencia” de la que ofrecen garantía total. ¿De qué?
Nada nuevo hay en el buzón de casa. Todo son facturas y propaganda de grandes centros comerciales con ofertas de productos de consumo. Unos son de primera necesidad: vino, ropa, bicicletas; otros no son tan necesarios: pan, leche, azúcar...
Los institutos nocturnos han abierto sus aulas frías y poco iluminadas. El profesor entra y empieza a dar la clase. Aburridos, los alumnos escuchan, o no, la monótona voz de un ser anodino que año tras año repite la misma “canción”.
No. La ciudad no cambia, aunque así nos lo vendan los políticos y demás animales del Parlamento. No puede cambiar porque sus habitantes ya no tienen ilusión por salir adelante. Se sienten engañados y por eso engañan a los demás. Renace la picardía y los pícaros con ella. Sólo queda esperar. Esperar la redención de un “Mesías” que les saque del aburrimiento. Pero... ¿cuándo?.
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