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Hola, ya estoy de nuevo aquí. Pero esta vez, como en otras ocasiones, no para publicar algo mío, sino que voy a publicar un cuento que me ha llegado muy dentro.
Deseo que os guste y que os llegue como a mí. La historia de un árbol y su cuidador. Su autor es un ex alumno del Scal con el que me mantengo en contacto y que ha llegado a ser un buen amigo con el que tengo charlas muy interesantes. Su nombre es Toni Sanz.
Disfrutad.
Érase una vez, destinaron a un jardinero cualquiera a una
nueva arboleda.Un paisaje monótono y aburrido, todos los árboles eran
idénticos. Sin embargo, cuando empezó la jornada, se percató de que de uno de
los árboles salía un extraño líquido, por debajo de la corteza. Era una visión
grotesca, parecía que el árbol sangraseIntentó interesarse por todos los árboles, pero el que
no tenía espinas, tenía las ramas demasiado
largas y se enredaba con ellas, o bien estaban tan llenos de resina que lo
ponían perdido.No obstante, el árbol purulento se mantenía ahí,
sangrando a su particular modo, pero no molestaba ni dañaba. De alguna manera,
invitaba a acercarse a él.A medida que se fue acercando, el jardinero se dio
cuenta de que sucedía un extraño fenómeno en el árbol: la corteza que lo cubría
era tan solo una capa externa. A medida que lo observaba se percataba cada vez
más de que la auténtica corteza estaba debajo del envoltorio.Estuvo un año observándolo. El árbol era especial,
protector a su manera. Protegió al jardinero en muchas veces de los arañazos de
sus compañeros arbóreos, lo cubría con su follaje cuando se manchaba… Pero
seguía pudriéndose lentamenteHasta que al año lo cambiaron de arboledaCon el cambio, no se sabe a ciencia cierta si era
por el nuevo clima, la tierra o el nuevo "líquido" con el que lo
regaban, fue desprendiendo su corteza artificial, dejando al descubierto un
impactante árbol.Era tan negro como el ébano, pero con una
impresionante copa, que a medida que pasaba el tiempo aumentaba de manera
significativa. Sus ramas eran tan altas que no impedían el paso a nadie, pero
daba la sensación de que en cualquier momento podrían inclinarse y barrer las
malas hojas que se arremolinaban alrededor.Al jardinero también lo asignaron a otra arboleda,
pero siempre intentó ver su estimado árbol, hasta que un día vio que,
misteriosamente, su piel se iba encostrando, como si él también fuera
convirtiéndose en un árbol.