Mi abuela, hace muchos años, siendo yo muy niña, me contó la historia de un osito de peluche llamado Mimoso.
El osito estaba en el escaparate en una tienda de juguetes dos calles más abajo de donde vivía mi abuela. Ella, junto a su madre, se paraba ante el escaparate para ver a Mimoso, pues era un hermoso muñeco de peluche blanco y suave, con unos inmensos ojos negros y siempre estaba con los brazos abiertos esperando a que lo cogieras, le dieras un “achuchón” y notaras entre tus brazos lo blandito y suave que era.
Todas las niñas del pueblo suspiraban por tener a Mimoso, pero sólo lo podía comprar el más rico del pueblo, Don Severo, y no lo hacía porque no tenía niñas, sólo un hijo caprichoso al que únicamente le gustaba todo lo relacionado con los soldados y las batallas.
Mis bisabuelos, los padres de mi abuela, trabajaban en el campo y dejaban sola a la abuela al cuidado de sus hermanos pequeños ya que era la mayor. Por eso sólo podía ir a ver a Mimoso al atardecer, cuando sus padres regresaban a casa y la tienda ya estaba cerrada, siempre acompañada por su madre.
Pero un atardecer, cuando, como siempre, fue a ver a Mimoso y soñar que lo tenía en sus brazos, se encontró con que su lugar estaba ocupado por una pequeña casa de muñecas. Los ojos de la abuela se llenaron de lágrimas y su corazón se llenó de desilusión, “ya no volveré a verlo”, pensó, y siguió llorando todo el camino a casa por mucho que su madre intentara consolarla.
Al llegar a casa, la madre le contó al padre toda la historia, e intentó hacerla razonar diciéndole que no era más que un muñeco y que ella ya no tenía edad para jugar con ellos. Debía portarse como una persona mayor y dedicarse a cuidar a sus hermanos, con los que podía jugar si quería. Pero siguió llorando porque las palabras de su padre, en lugar de consolarla, la entristecieron aún más.
La abuela no cenó a causa de la tristeza y se fue a dormir. Estuvo toda la noche soñando con Mimoso y con una fiebre muy alta. Tan triste estaba que enfermó.
Su madre muy preocupada por la reacción de la niña, se pasó toda la noche sin dormir sentada al lado de la cama de su hija y fue entonces cuando se le ocurrió la idea. Cogió su vestido de novia que guardaba para cuando su hija se casase. Lo cortó dándole forma de oso, lo cosió y lo rellenó de algodón, para que fuera blandito. Le pintó una boquita de color rojo, también un hociquito muy gracioso y le puso un lacito del mismo color alrededor del cuello. En el lugar de pintarle los ojos, le cosió un par de botones negros de su abrigo. Ya le pondría otros de otro color.
Cuando lo tuvo listo lo dejó en la almohada junto a la cabeza de la niña para que lo viera al despertarse. Entonces la abuela abrió los ojos, y lo vio. ¡No podía creerlo! ¡Era Mimoso! Tan emocionada estaba que ni se dio cuenta de que no era de peluche, ni más pequeño ni nada de nada. Sólo vio que era su osito y lo “achuchó”. Ya nunca se iba a separar de él. Sólo lo hizo cuando me lo regaló.
Ahora, después de los años, sigo adorando a ese viejo muñeco de tela, que me recuerda lo mucho que quise a mi abuela.
4.7.09
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