Paseábamos por el bosque una mañana de otoño, la temperatura era agradable y las hojas de los árboles goteaban por el rocío de la madrugada. Buscábamos setas para asar junto con la carne y nos separamos unos metros para realizar la búsqueda mejor. A pocos centímetros de mí hallé un grupo de setas muy grandes y hermosas. Como no sabía si eran comestibles o no, llamé a mis amigos para que me ayudasen y cuál sería mi sorpresa cuando me vi rodeada por unos seres extraños y diminutos, que, después de pasado mi asombro, identifiqué como duendes del bosque.
Ni que decir tiene que no acababa de creer lo que veía ante mí, así que llamé a mis amigos, pero no me contestaron. Tras unos momentos de desconcierto por mi parte, me hablaron y su voz tan dulce me dijo que se podía confiar en ellos. Así que nos hicimos amigos y me invitaron a visitar su ciudad. Pero existía un gran problema: mi estatura. Yo medía 140 centímetros más que ellos. Rápidamente solucionaron el problema. Me dieron a beber una mezcla de delicioso sabor -desconozco los ingredientes-, que redujo el tamaño de mi cuerpo y, de esta manera, visité el maravilloso pueblo de los duendes.
Pude comprobar con mis propios ojos que lo que se dice en los cuentos sobre ellos es cierto. Las setas son sus casas y ellos son muy trabajadores, honrados, amables y tremendamente alegres. Se pasan el día cantando, sólo dejan de hacerlo cuando duermen. La música les proporciona la energía para vivir. Me comentaron que, sin la música, su raza se extinguiría. Me enseñaron muchas canciones y, desde luego, me hicieron sentir como uno de ellos.
Pero ocurrió que pasó el efecto del brebaje y poco a poco regresé al mundo de la realidad. Mis amigos estaban rodeándome y, preocupados, me llamaban intentando hacerme reaccionar. Un terrible dolor de cabeza me hizo despertar del todo. “Ya vuelve en sí”, -oí decir en un eco.
Me había golpeado la cabeza con una rama –un chichón enorme dejó constancia de ello-, y perdí el conocimiento. Todo había sido un sueño. Pero desde entonces viene a mi memoria un montón de canciones desconocidas que siempre me alegran el corazón cuando estoy decaída.
14.6.07
La estación I
Vivía muy cerca de la estación del tren de su pueblo. Siempre veía desde la ventana de su cuarto pasar las máquinas reduciendo su velocidad hasta pararse totalmente ante el andén. Veía a los pasajeros subir y bajar, al jefe de la estación dar la orden de salida y al tren partir y acelerar hasta perderse tras una pronunciada curva.
Algún día ella también se irá en un tren como ese; cuando pueda levantarse de la cama y caminar hasta la estación.
Sí, algún día ella también lo hará...
Algún día ella también se irá en un tren como ese; cuando pueda levantarse de la cama y caminar hasta la estación.
Sí, algún día ella también lo hará...
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